Libro

Enriqueta Martí. La vampira de Barcelona

1912


Enriqueta Martí Ripollés

Enriqueta Martí.

Los sucesos terribles que a continuación se describen tuvieron lugar en la Barcelona de primeros del siglo XX. La protagonista de los mismos es Enriqueta Martí Ripollés, “la ogresa”, “la Vampira del Carrer Ponent”, que tenía 43 años cuando los hechos salieron a la luz mostrando un mundo marginal, destapado por el testimonio de esta mujer de aspecto inquietante, extraño. Enriqueta Martí fue la autora de crímenes nefandos contra niños de corta edad. A unos los arrastró a la prostitución, a otros los mató para fabricar todo tipo de elaborados mágicos con sus restos. El caso de la vampira de Barcelona mantuvo en vilo a toda España sacando a la luz una extraña historia en la que se mezclan de forma horrenda el crimen, la prostitución y la brujería. En realidad el caso de Enriqueta Martí no corresponde a un caso de vampirismo, aún cuando no falten los rumores que sugieren que la propia Enriqueta, llevada por sus prácticas curanderiles, se habría convertido en adicta a la sangre.

EL CASO DE TERESITA

En la tarde, casi noche ya, del 10 de febrero de 1912, Teresita Guitart, de cinco años, y su madre, Ana, que venía de recogerla del colegio, se detuvieron ante el portal de su casa en la calle de San Vicente, para conversar con una vecina. En un momento fatídico la madre soltó la mano de su hija pensando que ésta subiría las escaleras de regreso a su humilde casa. ¿Cuál no sería su sorpresa cuándo al subir su maridole preguntó dónde estaba la niña? La mujer gritó y echó a correr escaleras abajo hasta el portal, pero ya no había rastro de la pequeña. Había desaparecido en la noche.

El barrio pronto empezó a hacerse eco del hecho. Había habido otras desapariciones, y el miedo a los sacamantecas, miedo fundado en acontecimientos reales como los del crimen de Gádor que había tenido lugar apenas año y medio antes. La preocupación creciente atrajo a la prensa. Muchos hasta aqueel momento habían atribuido las desapariciones de niños a sucesos aislados típicos de una populosa ciudad y de sus barrios más peligrosos. Incluso hubo un comunicado oficial del gobernador civil, Portela Valladares, en el que se afirmaba que era “completamente falso el rumor que se está extendiendo por Barcelona acerca de la desaparición durante los últimos meses de niños y niñas de corta edad que según las habladurías populacheras habrían sido secuestrados…”. Ello no había impedido que los rumores sobre secuestros y desapariciones siguieran corriendo en los mentideros de la ciudad.

Pero pese al comunicado los secuestros eran reales. El día que desapareció Teresita, en lugar de subir las escaleras la niña se había alejado apenas un poco de donde estaba su madre. Entonces, como ella misma declararía más tarde, vio a Enriqueta Martí. La mujer la engatusó con la promesa de darle golosinas. La tomó de la mano. Conforme se alejaban se arrepintió de seguir a aquella extraña y quiso volver con su madre, pero la desconocida la echó un lienzo negro sobre la cabeza y se la llevó de allí  cubierta de arriba a abajo.

DESCUBIERTA. LA DETENCIÓN

En la noche del día 17 de febrero, en el piso segundo de la primera puerta del número 29 del Carrer del Ponent, la actual calle de Joaquín Costa, Claudina Elías, vecina de Enriqueta Martí, vio a través de una ventana de la habitación de Enriqueta que daba al patio interior, a dos niñas jugando, una de ellas con el pelo rapado. La vecina sabía que la Martí vivía con un niño y una niña, pero nunca había visto a la otra pequeña. Al ver a su vecina tras la ventana la preguntó si también era hija suya. La Martí cerró la ventana de forma brusca sin dirigirle la palabra. Aquello la dio que pensar y le comentó sus preocupaciones a un colchonero que tenía su negocio en aquella misma calle. Este a su vez puso sobre aviso al policía municipal José Asens, el cual dio parte a su vez a sus superiores. El comandante de la policía municipal, Cruz Mendiola, llamó a su despacho al brigada Ribot para darle instrucciones precisas y abrir diligencias.

Ribot puso vigilancia policial detrás y delante de la casa, y él mismo pudo ver a través del balcón del piso a altas horas de la mañana, la una de la madrugada para ser exactos, a la mujer y las dos niñas. Ribot decidió acudir al despacho del comandante Mendiola para solicitar una orden de registro. Al volver le dijeron que la mujer había salido con un paquete, y que poco después había vuelto a salir con un hatillo de ropa sucia en dirección a unos lavaderos. El brigada dio orden a un agente de que fuera a por ella y la trajera para comenzar un registro. Era el 27 de febrero. Habían transcurrido 17 días desde de la desaparición de Teresita.

Para evitar que sospechara que estaba bajo vigilancia por el asunto de la niña desaparecida Ribot dijo a la Martí que se trataba de una inspección rutinaria debido a que habían recibido una denuncia según la cual tenía gallinas en el domicilio, lo cual podía atentar contra la legislación que contemplaba la tenencia de animales domésticos en pisos. No opuso resistencia y le acompañó hasta el domicilio, pero en la puerta volvió a preguntar por el objeto de la inspección y argumentaba que no podían entrar sin una orden de registro. Aún así no les impidió el paso. Los agentes entraron dentro y vieron a las niñas. Mientras Ribot fingía examinar el cuarto de baño el cabo que le acompañaba consiguió hablar con la que tenía el pelo rapado. La preguntó su nombre y esta respondió que se llamaba Felicidad, pero el oficial le preguntó si no se llamaba Teresita, a lo cual la niña respondió, dudando, que allí la llamaban Felicidad. Eso despertó las sospechas del brigada, que preguntó a la Martí sobre el origen de la muchacha.

Les dijo que la había encontrado en la Ronda de San Pablo el día anterior. Al ver que tenía hambre y estaba perdida, según afirmó, se la había llevado a casa para entregarla después a los municipales. La otra niña, les aseguró, era su hija Angelita. Del niño que había visto la vecina no se encontró rastro alguno. Había algunas contradicciones en los detalles. Entre otras cosas la mujer no podía haber recogido a Teresita la tarde anterior porque el propio Ribot y la vecina que informó sobre el asunto habían visto antes a las dos niñas. Todo era muy sospechoso. Se envió a un agente para buscar a la madre de Teresita con objeto de que pudiera confirmar si la niña era la suya. Como no la encontraron, trajeron a una vecina, Carmen Alsina, quien reconoció enseguida a la muchacha. Y así fue como Enriqueta Martí fue detenida y conducida, junto a las dos niñas, a un cuartelillo que entonces estaba en la calle Sepúlveda bajo la dirección de José Millán Astray. El rumor de su detención corrió enseguida, y allí se personaron muchos vecinos y curiosos en tal número que se hizo venir a algunos guardias municipales de caballería y parejas de seguridad. En un momento dado la multitud intentó asaltar el cuartelillo para linchar a la detenida, pero fueron contenidos por los guardias.

Teresita Guitart

Teresita Guitart junto a sus padres y los guardias municipales tras su rescate.

El alcalde de Barcelona, varios concejales, el secretario del ayuntamiento y el jefe de la Guardia Municipal se personaron en la comisaría. Al llegar fueron ovacionados por la multitud. Enseguida fueron a ver a la muchacha para reconfortarla. El alcalde mandó que se la diera de comer.

El padre de Teresita, Juan Guitart, que había estado en el Bruch realizando diligencias en relación con la desaparición de su hija se personó a la una y media de la tarde, cuando la niña estaba comiendo. Padre e hija se reconocieron enseguida dando lugar a una escena de gran emotividad. La madre, que estaba en el puerto de Barcelona, vigilando a los emigrantes que embarcaban, por si alguno pretendía sacar a la niña, llegó poco después. Al ver a su hija tuvo que ser atendida debido al shock.

Tanto el brigada Ribot como el guardia que le asistió en la detención comunicaron a la Alcaldía que las 500 pesetas que el señor Pons y Tusquets había ofrecido como recompensa para quien pudiera dar alguna información sobre el paradero de Teresita, fueran ingresadas en una libreta de la Caja de Ahorros a nombre de la niña. Tanto ella como Angelita se convirtieron en figuras públicas aclamadas por el fervor popular. Las declaraciones de las niñas causarían una tremenda consternación que agitó a toda Barcelona. Las niñas aparecían en público, e incluso se hizo una representación en su honor en el Teatro Tívoli a la que ellas mismas asistieron. Años más tarde Angelita sería entrevistada en televisión, aún en plena era franquista, como testigo involuntario de un caso que conmovió a toda España y especialmente a Cataluña.

EN LOS JUZGADOS

El alcalde ordenó que los padres y Teresita fueran conducidos al juzgado. Otro coche condujo hasta allí a Angelita y a la Martí. La multitud estaba congregada en el Palacio de Justicia cuando llegaron los coches, ovacionando a unos y silbando amenazadoramente a la sospechosa. Ya en el juzgado Angelita, la otra niña de la que Enriqueta Martí afirmaba ser madre fue interrogada. Decía que su padre se llamaba Juan, nombre del marido de la mujer. Al preguntársele repetidamente si tenía hambre dijo que no, hasta que la Martí la dijo que podía decir la verdad y la muchacha contestó que si querían que la dieran de comer. Esto nos da una idea de hasta qué punto Enriqueta Martí trataba de aleccionar a las niñas para que mintieran o dijeran lo que ella deseaba en cada momento.

A las 5 de la tarde el juez, el fiscal, y el oficial criminalista, cuyo nombre coincide curiosamente con el de la acusada, Enrique Martí, comienzan las diligencias tomando declaración a los oficiales. Después se presentó Juan Pujaló, pintor, que decía ser marido de la acusada. Al parecer vivía separado de ella desde hacía unos seis años, aunque ya se había separado otras cuatro veces de ella, ya que era honrado y no quería saber de su mujer ni de sus raros manejos. Hacía dos meses que se había ido a vivir al número 49 de la calle del Poniente, ignorando, hasta hacía unos días, que era la misma calle en la que vivía su esposa. Se había personado en el juzgado, después de haber acudido a la comisaría, de forma voluntaria, al ver a tanta gente arremolinada en el portal donde ella vivía y enterarse de lo sucedido por los allí congregados.

Pujaló, un artista un tanto excéntrico que criaba pájaros y se alimentaba de alpiste porque así lo había leído en un libro de naturismo, confirmó que su mujer era Enriqueta Martí Ripollés, de 43 años, y natural de San Feliu de Llobregat, donde su padre poseía dos casas que estaban cerradas por mala administración. Por otra parte declaró que le habían dicho que su mujer estaba acompañada de una hija, y de la que ella decía que él era el padre, lo cual negó. Dijo que también años antes ella intentó convencerle de que había tenido una hija suya a la que nunca vio y que habría muerto poco después, pero que nunca la creyó. Los médicos la examinaron y confirmaron que nunca había tenido hijos.

UN TURBIO PASADO

Así fue identificada; y así salió a relucir su turbio pasado y sus antecedentes por corrupción de menores y por robo en casas pudientes a las que iba a mendigar con niños pequeños. Cuando iba a cumplir 20 años había venido de San Feliu de Llobregat buscando trabajo a Barcelona. Como muchas otras mujeres en su situación acabó trabajando como empleada del hogar, pero empujada primero a ello y de modo voluntario después comenzó a ejercer la prostitución en los prostíbulos de mala muerte de la Puerta de Santa Madrona. Después se casó con Juan Pujaló. Como ya hemos visto no era aquel un matrimonio ideal.

En 1909, tres años antes del secuestro de Teresita, Enriqueta Martí vivía en la calle de Minerva, donde mantenía un prostíbulo con niños y niñas de 5 a 16 años. Fue descubierta, detenida y procesada. Pero entre los detenidos en la redada se encontraba un joven, un cliente pederasta, miembro de una familia de alcurnia. La familia acudió a alguien muy influyente en Barcelona. El caso se manipuló y la madame salió bien parada del proceso gracias a este poderoso personaje que presionó para que el asunto no saliera a la luz pública ni manchara el buen nombre de la familia del sujeto.

Al ser interrogada de nuevo sobre quienes eran el niño y la niña que su vecina había visto con ella siguió manteniendo que la niña era suya. Pero al ver que no podía seguir sosteniendo aquello pocas semanas después declaró que era de su cuñada, a quien, según decía, asistió como partera cuando ésta dio a luz. Según ella se la llevó engañándo a la parturienta y diciéndola que la criatura había muerto durante el alumbramiento. Del muchacho decía que se llamaba Pepito, que tenía cinco años y se lo habían dejado para que cuidara de él. Ya no estaba con ella, según contaba, porque había hecho que se lo llevaran fuera de Barcelona para curarse, ya que no se encontraba bien.

IDAS Y VENIDAS DE UNA ASESINA

La policía siguió investigando y muchos testigos se personaron para declarar que habían visto a la mujer por la mañana vestida pobremente y mendigando limosna y comida acompañada de alguna criatura en iglesias, centros de acogida, casas de particulares, conventos y allí donde se ejerciera algún tipo de caridad. Sin embargo, por la tarde la habían visto luciendo caros sombreros y pelucas y vistosas prendas de seda y terciopelo. Era evidente que tenía una doble vida.

Se interrogó a las muchachas. Teresita contó lo que ocurrió tras su secuestro. La Martí la rapó la cabeza para evitar piojos molestos diciéndola que así la curaría y que ya no le picaría más la cabeza. Mientras lo hacía la dijo que desde aquel momento sus padres anteriores ya no lo eran, que era ella ahora su mamá y que así debía llamarla en público. Además ya no se llamaría Teresita, sino Felicidad, y así es como dijo llamarse como hemos visto cuando fue rescatada por los agentes de la policía municipal. Había sido bien alimentada según ella a base de pan duro y patatas, aunque la mujer la maltrataba dándole fuertes pellizcos en las piernas. Siempre permaneció encerrada en la casa. Para ella estaba prohibido salir o incluso asomarse a las ventanas. Nunca vio al misterioso niño del que hablara la vecina delatora.

Teresita narró como a veces ella y Angelita, su compañera de juegos durante su cautiverio, se quedaban solas aterrorizadas en la lúgubre casa. En una ocasión, azuzada por Angelita, se aventuraron por las piezas de la casa que su secuestradora les había prohibido. Entraron a oscuras. Teresita tropezó con un bulto. Era un saco en el que encontraron, con gran espanto, un enorme cuchillo y ropas infantiles cubiertas de sangre.

Angelita si supo decir algo sobre el misterioso niño que supuestamente vivía con la mujer. Era un muchacho rubio llamado Pepito, tal y como había afirmado Enriqueta, con el que solía jugar hasta que un día la mujer lo mató. Su testimonio es estremecedor: "Mamá no se dio cuenta de que yo la vi cómo cogía a Pepito, lo ponía sobre la mesa del comedor y lo mataba con un cuchillo. Yo me fui a mi cama y me hice la dormida".

HALLAZGOS MACABROS EN EL 29 DEL CARRER DEL PONENT

Se hizo un registro a instancias del juzgado en el inmueble donde vivía Enriqueta Martí. La primera sorpresa fue encontrar un lujoso salón, en el que no faltaba ningún detalle, pertrechado con todo tipo de muebles carísimos en claro contraste con el resto de habitaciones que estaban en un estado precario y lamentable.

Se encontró un fajo de cartas escritas en algún tipo de código lleno de firmas con iniciales y una misteriosa lista de nombres.

Dentro de un armario se recuperaron cuatro trajes; dos eran de niño y otros dos de niña, que conjuntaban con otros tantos zapatos y medias de seda, así como pelucas rizadas. También se hallaron en él los costosos trajes con los que se la había visto engalanada cuando salía por las tardes.

Fue en la cocina donde encontraron el saco con el cuchillo y la ropa de niño ensangrentada del que habían hablado las chicas. Pero el hallazgo más macabro se hizo en un armario donde se encontró una cabellera rubia de una niña de unos tres años, y en otra habitación donde encontraron un saco mayor de lona con ropa vieja que ocultaba en su fondo hasta 30 huesos. Los análisis determinaron que aquellas costillas, rótulas, clavículas, etc. pertenecieron a infantes de corta edad. Las cabelleras delas pobres criaturas seguramente también fueron vendidas, pues por entonces se compraba el pelo natural para fabricar pelucas.

Cuando se la preguntó que hacían allí aquellos restos la Martí contestó que eran para estudios anatómicos, algo que fue descartado de inmediato por los médicos consultados en el caso, ya que los huesos tenían señales de haber sido puestos al fuego, lo que les dejaba inservibles para tal fin. La hipótesis que se barajó es que los huesos habían sido expuestos a la acción del fuego para desprender la grasa de los miembros; algo que parecía confirmar el terrible hallazgo que se hizo en un armario que hubo que forzar por estar cerrado con llave. En aquel armario se encontraron alrededor de 50 envases que contenían desde sangre coagulada a grasas y otro tipo de substancias de dudoso origen. Junto a los frascos se encontró un libro antiguo con cubierta de pergamino en el que se hallaban fórmulas mágicas. Se halló además un cuaderno grande, manuscrito, lleno de todo tipo de recetas curanderiles escritas con buena caligrafía y en catalán.

MÁS PRUEBAS EN OTROS DOMICILIOS

Ante la evidencia Enriqueta Martí confesó que era curandera y que hacía remedios con ciertas partes del cuerpo humano. Cuando hacía aquellas declaraciones por fin perdió los estribos y dijo gritando que registraran bien el piso picando las paredes ya que como sabía que iba acabar en el patíbulo quería hacerlo acompañada de los demás culpables.

Se registraron otros domicilios de los 14 en los que había vivido en los últimos 10 años. Alquilaba, no pagaba, y cuando el casero la echaba por morosa, buscaba otro en otro barrio donde seguir con sus secuestros y sus macabras actividades. Uno de ellos estaba en la calle Picalqués, donde tras un falso tabique se encontraron más huesos y manos de niño. Apareció también un calcetín zurcido con hilo de diferente color, detalle que hizo presumir que había pertenecido a algún pequeño de origen muy humilde.

En un piso que había ocupado en la calle de Tallers se encontraron más huesos y dos cabelleras rubias de niña. En una de las torres de Sant Feliu de Lobregat hallaron más libros de recetas y frascos con sustancias sospechosas. En el patio de una casa sita en la calle de los Jocs Florals de Sants se encontró el cráneo de un niño de alrededor de tres años con restos de cabello, y otros huesos que pertenecieron al niño de tres años, a otro de seis y a uno de ocho. En total se calculó que al menos hasta diez niños habían sido asesinados por aquella mujer.

RECONSTRUYENDO LOS CRÍMENES

Con todas aquellas pruebas los crímenes de la Martí y sus oscuros tejemanejes salieron a la luz. En un principio podría haber utilizado a los pequeños para satisfacer los deseos de pederastas de clase alta. Prostitución y hechicería suelen ser compañeros en determinados ambientes. Probablemente conociera algunos hechizos y ensalmos, y con el correr del tiempo habría ido recopilando fórmulas de un lado y otro. No sería de extrañar que cuando era ella la que dirigía su propio prostíbulo para pederastas alguna criatura muriera allí, y en parte para deshacerse del cadáver, y en parte para sacarle provecho, extrajera su sangre y su grasa para elaborar potingues que luego comercializaría como remedios mágicos. Pronto algunos satanistas, enfermos y ocultistas aficionados a las artes oscuras, acaudalados e influyentes, se fijarían en aquella mujer como medio para conseguir, pagando buenas sumas de dinero, sus víctimas y los ingredientes nefandos que requerían.

Sus clientes podrían “necesitar sus servicios” con diferentes fines:

1. Medicinales. En aquel tiempo la tuberculosis estaba muy extendida y era creencia común que para detenerla lo mejor era beber sangre; y si era humana, mejor. Con ese fin muchos tuberculosos acudían a los mataderos para conseguir raciones de sangre caliente. Se creía también en la eficacia de las cataplasmas de grasa de niño que se aplicaban sobre el pecho. Y de hecho, como ya se comentó más arriba, ya había habido precedentes y crímenes en los que algún curandero y su cliente enfermo habrían asesinado a niños para obtener las macabras medicinas, como en el caso del citado crimen de Gádor. Un rumor decía que la sangre que la Martí conseguía iba destinada a una persona hemofílica de una familia muy importante y poderosa.

2. Rituales. La sangre de niño y los huesos humanos son un componente mágico de primer orden en determinados rituales y prácticas mágicas. Entre los grupos que practicaran rituales que requirieran estos elementos podrían encontrarse adeptos a la hechicería que podrían usar la sangre en hechizos de amarre y odio, y practicantes de magia póstuma que creyeran en el vampirismo como un fenómeno real.

Todo aquello causó gran consternación e indignación en un pueblo que veía como los crímenes de ciertos personajes influyentes y poderosos contra niños del pueblo llano, indefenso y pobre, podían quedar impunes. La crispación iba en aumento. La lista de nombres que apareció entre las pertenencias que poseía la Martí era un misterio, pero se decía que había entre ellos personalidades muy influyentes de la política, las ciencias y las letras. Médicos, abogados, escritores, políticos, hombres de negocios,… Algunos medios conservadores, como el diario ABC, para calmar aquel ambiente que tenía tintes subversivos, llegó a afirmar que los nombres y domicilios que aparecían en aquella lista eran de buenas gentes que conocía la Martí porque había acudido a ellas a pedir limosna. Sólo hacía tres años desde los tristes acontecimientos de la Semana Trágica, y las autoridades temían una sublevación popular. El caso es que aquella lista desapareció misteriosamente.

EL FIN

Enriqueta Martí fue llevada a la prisión de Reina Amalia, donde al parecer intentó cortarse las venas con una cuchara de madera. El rumor encendió aún más los ánimos del pueblo y las autoridades tomaron muchas precauciones para que la vampira no se suicidara. Su cama fue puesta frente a la de sus tres compañeras de celda para que siempre pudieran tenerla a la vista, y se le prohibía cubrirse la cabeza para que no se mordiera a dentelladas las venas de la muñeca. En cuanto la vieran taparse las reclusas tenían orden de destaparla. Acerca del supuesto vampirismo de la Martí se ha dicho que si se quería abrir las venas era para beber compulsivamente su propia sangre, pues ella no quería morir si no era implicando a sus poderosos clientes para que cayeran con ella. Hay quien afirma que cuando la dijeron que iba a ir a prisión se puso pálida y comenzó a repetir desesperadamente que necesitaba sangre. ¿Habría bebido sangre ella misma convencida de las propiedades mágicas que a ella se le atribuyen? Para algunos beber sangre se convierte en una auténtica adicción. Quien sabe…

Con el tiempo, y como la investigación ya se fue haciendo rutinaria, el interés por el caso fue decayendo y los periódicos empezaron a restarle protagonismo. El hundimiento del Titanic desvió definitvamente la atención del público.

Pocos meses después se comunicó que Enriqueta Martí había muerto en medio de una enorme paliza propinada por sus compañeras de prisión; pero se extendió el rumor de que ya estaba muerta cuando la lincharon, y que la verdadera causa de su muerte era envenenamiento. Personas influyentes implicadas se las habrían apañado para que fuera envenenada y cerrarle así la boca para siempre. También se dijo que las presas fueron pagadas por manos desconocidas para acabar con su vida. Nunca se aclaró este punto, ni el juicio tuvo lugar.  Jamás se hizo justicia contra los clientes de Enriqueta Martí, tan criminales como ella misma.

ANÉCDOTAS

  • Las investigaciones se llevaron a cabo en el Palacio de Justicia de Barcelona, donde se interrogó a una gran cantidad de traperos, pues la Martí llegó a afirmar que algunos de sus preparados y  huesos se los vendía a un trapero. La prensa investigó por su cuenta y acabó dando con Juan Amades, vecino de la calle Peu de la Creu, quien les aseguró que la mujer acudía a él para venderle pan seco, y que durante esa transacción no hablaba ni tenía más trato con ella. Y así era. La Martí afirmaba que aquel hombre era el que le compraba la macabra mercancía; pero tan sólo era una maniobra para despistar y evitar que la atención recayera sobre sus verdaderos clientes. Juan Amades, por entonces un joven trapero, con el correr del tiempo se convertiría en un escritor, folclorista y antropólogo de magnífica reputación por su encomiable labor a la hora de rescatar y divulgar mitos, leyendas, costumbres y tradiciones de Cataluña, colaborando en la conservación del rico patrimonio cultural de sus convecinos.
  • Uno de los testimonios que implicaron a la vampira del Carrer Ponent fue el de una mujer de Alcañiz recién llegada a Barcelona. Venía con su hijo en brazos, buscando trabajo. Agotada se sentó en un portal y oyó la voz de una mujer que en tono amable se ofreció a darle el pecho a la niña. Era Enriqueta Martí. La mujer contestó que sólo ella le daba el pecho a su hijo. La Martí replicó que le parecía que tenía hambre, que la dejara llevar a la criatura mientras iban a la lechería cercana para que pudiera invitarla a un vaso de leche. La acompañó, pidió la leche y por último dijo que le sentaría aún mejor con un poco de pan. Tras decirla que esperara allí, salió con la niña. La pobre infeliz nunca más volvió a ver a la niña, pero si que vería, seis años después, a aquella mujer, cuando la identificó en el juzgado como la extraña que se había llevado a su pequeña.

© 2008. Del texto y traducciones,Javier Arries

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