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El retornado de Milo

(antes de 1678)


El caso del retornado de la isla de Milo (ó Milos), en el archipiélago griego de las Cícladas, fue recogido por el cónsul británico afincado en Esmirna Paul Rycaut (ó Ricaut), en su obra The Present State of the Greek and Armenian Churches, obra escrita en 1678 y publicada en Londres en 1679 (hay una edición de 1970, por Ams Pr Inc, con ISBN 0404054765). Fue retomado por Dom Calmet en su Dissertation sur les revenants en corps, les excommunies, les oupirs ou vampires, brucolaques. Los hechos le habrían sido narrados a Paul Rycaut por un "Caloyer Candiot". Los calogeri, calogers, o caloyers, son monjes y religiosos, hombres y mujeres, que siguen la regla de San Basilio de Cesárea. Muchos de ellos habitaban el monte Athos. Candiot, que se puede traducir por candiota, hace referencia a la ciudad cretense de Candía, la antigua Herakleion. Traducimos del original francés de 1751 de la obra de Calmet el capítulo XXI, titulado Ejemplos de esos retornos de excomulgados:

«En la Historia del estado actual de la Iglesia Griega que nos dejó Ricaut, se afirma que la opinión de que los cuerpos de los excomulgados no pueden pudrirse, se da en general, no sólo entre los griegos preferentemente, también entre los turcos. Nos narra un hecho que le habría contado un calógero candiota, el cual le juró que era cierto; se llamaba Sofronio [Sophrone en el original], y era muy conocido y querido en Esmirna. Habiendo muerto en la isla de Milo un hombre excomulgado por una falta que había cometido en el Peloponeso, fue enterrado sin ceremonia en un lugar apartado, y no en tierra santa. Sus parientes y amigos estaban terriblemente conmocionados por verlo en aquel estado, y los habitantes de la isla se sentían aterrorizados todas las noches por las apariciones funesta de este desgraciado.

Abrieron su tumba, y encontraron su cuerpo intacto, y con las venas repletas de sangre. Después de deliberar sobre aquello, los calógeros opinaban que se debía desmembrar el cuerpo, despedazar el cuerpo, y poner los trozos a hervir en vino, ya que eso era lo que se hacía con los cuerpos de los Retornados. Pero los parientes del muerto consiguieron a fuerza de súplicas retrasar la ejecución, y mientras enviaron una diligencia a Constantinopla, para obtener del Patriarca la absolución del joven. Durante la espera, el cuerpo fue puesto en la iglesia, donde todos los días se decían misas, y oraciones por su descanso. Un día, según le dijo el calógero Sofronio, durante el servicio divino, se oyó de golpe un gran ruido en el ataúd; al abrirlo, se encontró el cuerpo disuelto como el de alguien que llevara muerto siete años: se observó el momento en el que se escuchó el ruido, y resultó que ocurrió precisamente a la misma hora que se firmó la absolución concedida por el Patriarca»

Milo en 1829

Milo en 1829, obra de Abel Blouet. Imagen de dominio público

Continúa Calmet con algunas consideraciones acerca de las creencias de los cristianos griegos en torno a los excomulgados:

«El caballero Ricaut del quien hemos obtenido este relato, no es ni griego, ni católico romano, sino anglicano. Añade además que los griegos creen que un espíritu maligno entra en el cuerpo de los que mueren excomulgados, y que los preserva de la corrupción, animándoles y haciéndoles actuar, de modo un tanto similar a como el alma y hace actuar al cuerpo.

Se imaginan además que esos cadáveres comen durante la noche, se pasean, hacen la digestión de lo que han comido, y se alimentan realmente. Se les ha encontrado con color bermejo, y con las venas aún tirantes por la cantidad de sangre que contenían, aunque hubieran transcurrido cuarenta días después de su muerte, y al abrirlos expulsan un caudal de sangre tan hirviente y fresca, como la de un joven de temperamento sanguíneo; y esta creencia está tan extendida, que todo el mundo cuenta hechos similares y bien detallados.

El padre Teófilo Raynaud [Theophile Raynaud, en el original], que ha escrito un tratado dedicado a esta materia, sostiene que este retorno de los muertos es algo indudable, y que hay pruebas y experiencias de las que se tiene certeza; pero pretende además que estos retornados que vienen a inquietar a los vivos, son siempre excomulgados, y que ese es un privilegio de la iglesia griega cismática, el de preservar de la corrupción a los que han incurrido en la excomunión, y que han muerto durante siglos en su Iglesia. Es una pretensión insostenible, ya que lo cierto es que los cuerpos de los excomulgados se pudren igual que los otros, así como que hay difuntos que mueren en comunión con la Iglesia, tanto en la griega como en la latina, que no se corrompen. Se ven ejemplos incluso entre los paganos y entre los animales, cuyos cadáveres aparecen a veces sin corrupción en la tierra y en las ruinas de antiguos edificios. Acerca de los cuerpos de los excomulgados de los que se pretende que no se pudren puede consultare al padre Goar, Ritual des Grecs, p. 687. 688. Matthieu Paris, Histoire d'Angleterre, t. 2 p. 687. Adam de Brême, c. 75. Albert de Stade, circa 1050; y el Señor de Cange, Glossar. latinit. de nombre Imblocatus.»

© 2008. Del texto y traducciones,Javier Arries

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«A veces, se alzan puertas. Atravesarlas o pasar de largo; esa es la elección del viajero, la causa de su grandeza y de su eterno peregrinar. Viajero llama a la puerta si quieres pasar...»