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Curieuse und sehr wunderbare Relation, von denen sich neuer Dingen in Servien erzeigenden Blut-Saugern oder Vampyrs


Martin Zeiler

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Este texto se publicó el año 1732, firmado por un tal W. S. G. E. Podríamos traducir el título como Curiosa y maravillosa relación, de nuevos asuntos en torno a los chupadores de sangre o vampiros. Contenía el famoso informe Visum et Repertum, firmado por el oficial Flückinger acerca de lo que había visto en la población de Medvedja, donde supuestamente se produjo una epidemia de vampiros iniciada por un tal Arnold Paole. El texto puede consultarse aquí. El autor da su parecer sobre estos asuntos. Recuerda algunos casos en los que se han encontrado cuerpos en buen estado, como el de Carlos V, Héctor, Alejandro Magno.

Añade un caso que dejó escrito un sacerdote de Würtemberg, M. Georg Christoph Ludwig, en una obra titulada die er Rothenackers Trauer-Tag. En el invierno de 1709, se recuperaron varios cuerpos que se habían ahogado en el Danubio. Fueron llevados a una habitación cálida, donde fueron lavados con vino tibio, y a pesar de haber permanecido semanas bajo el agua, los cuerpos empezaron a sangrar en gran cantidad por la nariz. Era una sangre brillante y clara. Cuenta también el caso de S. Juan Nepomuceno, nacido en 1320, y arrojado por orden del rey al río Praga. Pasados 338 años, se descubrió que su lengua estaba incorrupta, y ante todos los presentes comenzó a tomar el aspecto de alguien vivo.

Reflexiona luego el autor acerca de como ante un mismo hecho asombroso la gente reaccona de forma diferente. Cuando los griegos ven un cadáver incorrupto creen que en vida esa persona malvada, maldita. Para los cristianos es signo de santidad. Entre los protestantes las opiniones son dispares. Piensa el autor que esta conservación de algunos cadáveres podría tener causas naturales, desde casos de momificación artificial, a otros que se explican por la falta de aire, lo cual impide la descomposición, o, como en el caso de los ahogados del Danubio, el efecto conservador del agua fría.

Cree sin embargo que las causas naturales no parecen aplicables al caso de los vampiros, ya que en el mismo cementerio algunos cuerpos se han corrompido, y otros que estaban al lado de estos, no. Recuerda a continación los casos de difuntos a los que se oía mascar haciendo ruidos similares a los de los cerdos comiendo, dando golpes y haciendo ruido. Al desenterrarlos se encuentra que sus dedos, sus brazos, las manos han sido mordisquedos, o que se han tragado parte del sudario, que se queda, sanguinolento atascado en la garganta. Después de observar eso los parientes más cercanos mueren. De ahí la costumbre de decapitarlos, ponerles algo debajo de la mandíbula para impedir que muerdan, o colocar una piedra durante el funeral en la boca.

Menciona que algo de esta superstición podría estar presente entre los judíos, ya que el erudito Calvôr en su Rituali Evangel dice que no debía meterse ninguna pieza de lino en la boca de los cadáveres porque de hacerse así habría grandes desgracias.

Para algunos esto tiene causas naturales, por ejemplo serpientes que devoran el cadáver golpeando con sus colas y haciendo ruido. Otros creen que los sonidos son sólo ficticios y los provoca el diablo. Y otros creen que el diablo provoca todo él mismo. La opinión del autor es que los protagonistas de estos sucesos fueron enterrados vivos. Y pone varios ejemplos de supuestos difuntos que al verse encerrados hicieron todo tipo de ruidos, y se pudo comprobar que estaban vivos. Pero admite que esto no explica porque los parientes cercanos mueren cuando se oyen estos ruidos en las tumbas, y sobre todo, tampoco explica esos ruidos cuando hace semanas que alguien ha sido enterrado y debería estar ya muerto o casi exangüe.

Comenta como Michaêl Ranftius (Michael Ranft), en su obra, Dissertationes de Masticatione mortuorum in tumulis, trata de explicar el fenómeno de la masticación y del vampirismo como algo natural, procedente de la vitalidad inherente a la materia. Considera luego que efectivamente las impresiones fuertes como el miedo o la culpa pueden enfermedad gravemente a las personas. La creencia supersticiosa de que el vampiro visita a los suyos y la muerte de otros creará una impresión tal en los vecinos que estos enfermerán. Pero si la imaginación puede enfermar, también puede curar. Un médico hábil, al ejectuar a un cadáver que creen ser un vampiro, acabará con su miedo, y por tanto también con la enferemdad.

En cuanto a la incorruptibilidad de algunos cuerpos la atribuye a las características propias de la tierra de los húngaros, donde, recuerda, suelen enterrar la comida cuando huyen en tiempo de guerra porque al regresar saben que la encontrarán fresca.

Cuenta como los griegos creen que si un sacerdote maldice o exocomulga a alguien, este no se pudrírá, la tierra no lo admitirá en su seno, sino que se hinchará como un tambor hasta que sea absuelto. Y describe varios casos, entre ellos el del patriarca Genadius, quien le negó la absolución a una mujer. Cuando abrieron la tumba el cuerpo estaba hinchado como un tambor, y era tan duro como el hierro o el acero. Se la colocó en un ataúd que se guardó en la iglesia, sellado con el sello imperial para evitar fraudes. El patriarca levantó la maldición y dejó un papel donde dejaba constancia de ello. En ese mismo momento se escucharon grandes golpes que procedían del interior del ataúd. Al abrirlo sólo encontraron un montón de huesos esparcidos entre cenizas.

Maudrell, predicador de Alepo, cuenta un nuevo ejemplo. Un predicador griego, hombre sincero, refería que un griego había muerto hacía quince años sin haber recibido la absolución, lo cual implica la inmediata excomunión, aunque la iglesia no supo que había cometido esa falta. Lo enterraro. Diez años después murió uno de sus hijos. y lo pusieron en una tumba cerca de su padre. El cuerpo de su padre apareció desnudo, pues la tela con la que fue enterrado se había podrido. Estaba ennegrecido y no daba muestras de descomposición. Al enterarse el obispo mandó sacerdotes. Al absolverle el cuerpo se descompuso en polvo.

El autor piensa que no debe subestimarse el poder del diablo, hambriento de poseer el cuerpo de los vivos, e incluso de los muertos. Afirma que por su naturaleza tiende a ocultarse en cementerios y tumbas, y dado que puede manejar objetos como piedras también puede manipular cadáveres. Recuerda al lector que los excomulgados griegos, a los que estos llaman brucolaccas, son tomados por el diablo que los impulsa a caminar de noche por las calles y llamar a sus vecinos por su nombre. Si alguno contesta, muere al día siguiente. De ahí que sea costumbre en las islas no contestar de noche a nadie la primera vez que oyen que alguien les llama por su nombre. Al mediodía los brucolacas vagan por los viñedos y los lugares solitarios buscando víctimas a las que matar. Para acabar con ellos se les desentierra en presencia del sacerdote, que les absuelve, antes de ser arrojados al fuego, según dice Leo Allatius, nos recuerda el autor.

Se lamenta además de que no se investigue más en profundidad, con la colaboración de médicos, filósofos, teólogos y juristas, todo lo que tiene que ver con este tipo de casos, incluyendo las condiciones sociales y religiosas de las gentes implicadas, comprobar si realmente los que se quejan de haber sido atacados han sufrido una succión real de sangre, en que condiciones murió el vampiro... Menciona tambiñen a los upiers polaco y destaca su parecido con los vampiros serbios, similutres que también se encuentran en otras partes de Hungría, de Bohemia o de Moravia.

© 2021. Del texto y traducciones, Javier Arries

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